Con mi posición de siempre,
miraba resignada
a travez de la ventana
cómo caían las gotas de hielo
que al estrellarse
en la tierra
rebotaban por todos lados.
Era la primera vez
que veía algo así.
¡ Deseaba tanto
poder tocarlas !
Alucinada miraba
el mágico arte
de la Naturaleza.
No te vi entrar.
Me miraste por un segundo.
Luego saliste,
y sin decir nada
recogiste algunas de ellas
en tus manos, no sin antes
quitarte los guantes;
y con una sonrisa picarona
las pusiste en las mías.
Aquel gesto tuyo
quedó entre mis recuerdos
como un bello pacto de amistad.
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